Trilogía II
27.10.2013 01:18Amar es comparar el universo,
Con un nido de gorriones,
Donde sólo caben versos,
Pero se gestan traiciones.
Fin.
Lourdes H. Siles.
Leer másAmar es comparar el universo,
Con un nido de gorriones,
Donde sólo caben versos,
Pero se gestan traiciones.
Fin.
Lourdes H. Siles.
Leer másSi compartido el sentimiento es,
Nadie dice que produzca estrés,
Pero que sea con tres,
¡Pone tu mundo al revés!
Fin.
Lourdes H. Siles.
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Pintor: Robert Grace
Al principio se escucha como tropel de caballería y logra sobresaltarme; pero en cuestión de segundos las gruesas gotas de lluvia que caen en las láminas de los techos de las casas vecinas llegan hasta la mía y observo embelesada por la ventana de mi recámara, que da al traspatio, que al estrellarse contra el suelo, primero cavan agujeritos y luego forman círculos concéntricos. El sonido es atronador.
Continúo de pie en la ventana y veo a mi padre en la acera de nuestra casa, barriendo el agua que forma pequeños charcos en las ranuras hechas ex profeso. El pantalón arremangado y sus pequeños pies gozando la frescura de la lluvia. Voltea a verme. Ven a barrer conmigo, dice. Corro por mi pequeña escoba hecha por él a mi medida y salgo a disfrutar con él el milagro de la lluvia. Papi, ¡Puedo bañarme en la lluvia? interrogo feliz. Sí, pero no vayas a tragar agua, porque es de las primeras y trae muchas enfermedades.
En la abundante corriente de la avenida nado en compañía de mi hermana menor. Él nos observa riendo, mostrando sus pequeños y blancos dientes; aun con la escoba en la mano. De repente la corriente me arrastra y mi padre corre a salvarme, diciendo: “Te lo dije Camilita, ten cuidado”.
¡Bah! No importa. Él me protege contra todo.
A veces escudriña el horizonte achicando los ojos, para ver si todavía está lloviendo en la parte alta de Tapachula.
Los almendros dejan caer con suavidad sus amarillas hojas y papá las levanta para ponerlas a secar y luego, al día siguiente, quemarlas en el patio trasero de la casa.
Vengan ya a bañarse con agua limpia. Dice, y tomen su café calientito para que no les vaya a hacer daño.
Salimos de nadar y él me toma en sus brazos diciendo: “Camilita, hoy nos toca leer la ese en la cartilla, que no se te olvide”. ¡Sí papi!
Ese oso se asea, así es su...
Lourdes H. Siles
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Pintor: Robert Grace
Cuando sientas que la vida no tiene sentido, recuerda que:
⁂ El sol sale cada día para darte su calor.
⁂ Los pájaros trinan para alegrarte el día.
⁂ El viento corre para refrescar tu cuerpo.
⁂ Los árboles esparcen su oxígeno para que respires.
⁂ Tu hija ríe para darte felicidad.
⁂ Tu cuerpo vibra para que lo sientas.
⁂ Tus ojos ven a tus seres queridos para tenerlos presentes y percibir su amor.
⁂ Tus manos se mueven para ser útiles.
⁂ Tus pies caminan para encontrar el camino.
⁂ Tu corazón late para amar.
⁂ El amor existe en cada hoja, cada brisa, cada rayo de sol.
⁂ Las dificultades por fuertes que sean, tienen solución.
⁂ Existen millones de seres en el mundo buscando amor.
⁂ No estás sola.
⁂ Dios te dirá cuándo volver a empezar.
Lourdes H. Siles
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Pintor: Robert Grace
La tarde era calurosa; el chofer sintonizó otra estación de radio y se dejó oír la voz del doctor Zedillo Ponce de León: “ ...mpatriotas es la ocasión número quince que vengo a Chapas... “; rápidamente cambió la frecuencia y la voz amelcochada de Ricardo Arjona llenó el autobús: “... no sé quién las inventó, mujeres... “, El Sacrificio, gritó el panzudo chofer. Se bajó del destartalado camión de la empresa Paulino Navarro y se internó en ese caminito de terracería; al pasar frente a la escuela telesecundaria se dijo: ¡Qué bonita está mi escuela, nunca me había fijado bien! y entornó los ojos con melancolía. A mis batos locos de la prepa les gustó y... Se le nublaron los grandes ojos negros; lo que hacía que tropezara al caminar.
Llegó a la enorme Ceiba y cobijado por su sombra, se sentó a observar el caudaloso río. Su semblante era más bien triste.
Al caer la piedrecilla, formó círculos concéntricos en el agua y él se quedó mirándolos hasta que el último se desvaneció. Volvió a tirar otra y otra con desgano -qué mala onda- se dijo, - y yo que pensé que nada iba a pasar; me cae que yo creía que era buena chava -, y golpeó con fuerza su muslo derecho – en la casa todo se va a poner cardíaco con mis jefes -, y se alborotó el cabello, dejando al final las manos sobre su cabeza – qué mala onda- se repetía, -es tan buena rola esa de hacer el amor con una morra, nunca lo había hecho y en mi primera vez me pasa esto; qué mala pata-, y se propinó dos fuertes cachetadas que le dejaron ardiendo los cachetes.
-¡Está tan buena! ¡Qué piernotas! Y esas chichotas que dan ganas de arrancárselas de una mordida -; y metiendo el labio superior entre los dientes, apretó y apretó hasta sentir un sabor salobre en su paladar. - Y yo que le pregunté a mi jefe si le entraba o no -. Volvió a morderse el labio – todavía me contestó: ¡órale menso! ¡Llégale! Cuando yo tenía tu edad no se me iba una viva; recuerdo que mi papá me mandaba de chaperón con tus tías para que nadie les faltara el respeto; yo las recomendaba con alguien mientras me iba al monte con alguna muchacha; tu abuelito siempre me preguntaba al regresar del baile: venga pa’ cá, y me llevaba cerca del fogón para que abuelita no escuchara, ¿quién te las dio hoy m’ijo? - ¡Pendejo, pendejo! ¿Por qué le hice caso? -.
Se recostó en el pastito y en posición fetal metió la cabeza entre las rodillas, -sí, dijo el pendejo, y ahora que estoy jodido, segurito se me arma la bronca en la casa y el primero que gritará será el ruco; ¡Ya lo oigo! ¡Te lo dije pendejo! ¡Te lo dije!, Porque delante de mi jefa se da baños de pureza. ¡Pendejo! -. Y se volvió a cachetear con furia. - Ahorita ya me andarán buscando; mi jefa preguntando con las chismosas de las vecinas, porque todos lo saben, menos ella. Comadrita ¿De casualidad vio a m’ijo? ¡Ay! ¡Es que estoy rete priocupada! Fíjese que anoche no vino dormir; ya lo reporté a Locafel, pero yo también lo estoy buscando; algo le pasó porque él nunca me había hecho esto, es tan buen muchacho. ¡Pendeja, ¡No sabe nada de mí! Ni siquiera conoce quiénes son mis cuates y, cuando le preguntaba de sexo, siempre bajaba la mirada y salía con esa chingadera de que estoy muy chico para saber de esas cosas ¡Ya tengo quince años! -. Se sentó y levantó la mirada al enorme peñasco que estaba al otro lado del río, - pinche río, lo bueno que no tienes jeta, sino tu también andarías con el argüende de que aquí me tiré a la Chole, pero que chinga ¡Por Dios que si hubiera sabido esa onda, no le busco! Copiosas lágrimas anegaron sus irritados ojos, - ¡Me vale madre todo! -. Dijo, y se levantó del pastito donde había estado desde hacía muchas horas.
El sol se había ocultado y el croar de las ranas, así como la urgente llamada sexual de los grillos, lo resolvió a escribir; buscó en las bolsas del pantalón. Sintió mareo. Volvió a sentarse. Encontró en la bolsa de la camisa, la cajita vacía de somníferos y en la oscuridad empezó a escribir : “ ... no se culpe a nadie de ... ” , y cerró los ojos”.
Fin.
Lourdes H. Siles
Leer másPintor: Robert Grace
Arrímese pa’cá mi reina que no tengo espinas!. m’ijo pásese pa’ la ventanía pa’ que no se me sofoque; es más, uste’ ya se va bajar, que nomás me trajo el almuerzo. Papa, ¿puedo dar tres vueltas con usted? Le pedí permiso a mi mamá para tardarme. ¡Ah como muele la pacencia! Ta’ güeno m’ijo quédese; nomás ya sabe, pico de cera. Esta vieja piensa que mi papá de verdad la quiere y por eso se cree con el derecho de andar encaramada en la combi ¡Pobre idiota!
¡Bajan, bajan, bajan! ¡Imbécil! ¡Le pedí la bajada hace tres cuadras y mire dónde se paró! Yo nada tengo que hacer en el Panteón Jardín ¡lo voy a reportar! ¡Repórteme donde quiera! ¡Total yo no la subí a la fuerza! Pa’ la próxima va querer que la lleve hasta su casa, ¿no?
¡Ja, ja, ja! ¡No te enojes mi rey! ¡No te enojes! Así son estas viejas de encajosas.
Mi papá se cree que todas esas sobaditas en la quijada son de amor; ella solo le quiere sacar el dinero. Ora sí mi reina, ya bájese, no sea que me la vaya a regañar su mamá; por eso si le pregunta porqué la trajo hasta su casa la combi, diga que el operador iba al taller de mas pa’lante y que le dio su reglamentario aventón. ¿Ya vio m’ijo? ¡Aprienda!. A las viejas hay que tratarlas bien pa’ que caigan como moscas. Ya sabe, nada de decirle a su jefa; porque luego luego se pone a reclamarme; ‘onque la mera verdá ‘ora me dado cuenta que como que ya agarró la onda; ya no me reclama cuando no le doy el gasto, ni cuando le pego, ni cuando hago como que estoy celoso y la insulto. Ya se convenció de que así soy, ¿y qué? ¡Pobre papá!, Piensa que con esa gran panza y ese hoyo donde le falta un diente, está bien guapo. ¡Si supiera porqué mamá me mandó a dar tres vueltas con él!; ese chavo parece su hijo. ¡Pobrecita! Con alguien se tenía que desquitar. No le da dinero; pero como ella misma le platica a su comadre, la quiere y la trata bien y sobre todo, la deja satisfecha-no sé de qué- Y que si no tuviera hijos, desde cuando se hubiera ido con él, pero no quiere que sus hijos sufran y que por eso se aguanta con mi papá.
¡Órale m’ijo, póngase las pilas! ¡Hágase pa’llá que en l’otra esquina se va subir la Lupe!
¡Pit, pit, pit! ¡Changos, ya me cayó el tamarindo! ¡agáchensen agáchensen !. ¡Orí ’ese a la orí’a, joven! González, mira cuántos trae parados; y usté me da su licencia, tarjeta de circul... ¿Cuánto, jefe? Apenas los acabo de subir en el batallón... Vienen cinco mi comanche. Veinte pesos por cabeza y que se bajen. ¡Órale jefe, acabo de empezar! Estaba en el taller y... no, no, ¡No haga la boleta! ¡Aquí ‘stá, jefe! ¡Á’i luego me repongo!
¿Ya vio? ¡Usté me trajo la sal! ¡Ya bájese! ¡Vaya salar a su madre! ¡Órale, rapidito! ¡Y me la cuida bien!
Si papi, ya di tres vueltas. ¡Misión cumplida!
Fin.
Lourdes H. Siles
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En Acteal, Chiapas; en una choza muy humilde, vivía sola una pobre niña, vestida con enredo de colores y blusa blanca con adornos multicolores, cubriéndose la cabecita con un velo blanco y un raído sombrero y solamente dejando ver sus hermosos ojos negros. Está triste y llora mucho por que ha perdido a sus padres.
Sentada en un rincón de la obscura choza con sus ojitos llorosos, de pronto observa por el agujero- que simula una pequeña ventana- que pasa una estrella fugaz; Por lo cual con el rostro bañado en lágrimas, se pone de pie y corre hacia la calle gritando: ¡Estrellita, estrellita, no te vayas y concédeme un deseo!.
Y sorprendentemente la estrella se detiene en el cielo al momento, y la niña cree escuchar que con dulce voz, la estrella le dice: ¿Cuál es tu deseo hijita ? Pídelo que yo te lo concederé. La niña, sorprendida al reconocer la voz de su adorada madre, le dice con voz temblorosa: - ¡Mamacita, mamacita, llévame contigo que me da miedo la oscuridad!
En ese momento los vecinos de la choza de enfrente, observaron que dos estrellas fugaces pasaban muy lentamente, casi juntas, como tomadas de la mano delante de ellos y, al otro día al amanecer, en la calle encontraron el cuerpo de una niña vestida de enredo de colores y blusa blanca con adornos multicolores , sonriendo dulcemente.
FIN .
Lourdes H. Siles
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El ambiente estaba impregnado de fuerte olor a cuero y pegamento.
La señora alta, de exultante belleza, recorría con la vista el enorme estante. ¡Es usted un verdadero maestro! ¡Están rebonitos!. Y diciendo y haciendo, deslizó sus manicuradas y elegantes manos sobre la brillante piel. ¿Cuánto cuestan maestro? Lo siento señora Nasha; pero no están a la venta. Es un pedido especial que debo entregar hoy en la tarde. ¡Ay... no me diga eso! ... ¡me encantan para Pepe!, Dijo y giró sobre sus talones para tomar las manos del anciano, que se sobaba la muñeca de la mano izquierda. ¡Ándele maestro!, son de la misma medida que usa mi marido; le pago el doble del precio.
De verdad me apena tanto señora; pero si se los vendo, mañana amaneceré debajo del puente del río Tula. ¡Ay... maestro! ¡No sea malito!, Dígale al otro cliente que se los entrega la otra semana. ¿Sí? No señora, es imposible; pero ¡Si gusta, le fabrico los suyos para dentro de tres días, para que vea que de verdad la aprecio!
Caprichosa y acostumbrada a obtener siempre lo que quería, hizo un mohín. Sabía convencer. Había sido actriz y actuaba aceptablemente; sobre todo en películas de desnudos. ¡No creo que haya alguien más importante que mi patilludo! ¡Ándele maestro! Doña Nasha, esos zapatos son de mi general Durazno y no quiero arriesgar mi viejo pellejo a que lo apesten los zorrillos. ¡Está bien maestro, está bien!, Dijo melosa, hágame los míos para después, pero quiero decirle que ese negro no es más importante que mi Pepe, dijo y giró nuevamente hacia los acharolados zapatos. ¡Siga trabajando maestro; yo continuaré echando un vistazo a los demás que tiene aquí.
Mi jefe, ¡buenas tardes! Vengo por los zapatos de mi general, cantó el hombre todo vestido de color café, dejando su abrigo en el respaldo de la destartalada silla. Sí, mi Gorrilla... ¡ Ya están!, Y caminó hacia el estante. Al llegar, su rostro se puso blanco, luego verde, azul, morado; los ojos desorbitados; el corazón casi saliéndosele del pecho por su tremenda agitación. ¡Aquí estaban! ¡Ahorita falta uno! ... ¡Talvés se cayó!, Dijo agachándose a buscar; revoloteó entre el montón de pieles y nada. Desesperado y con terror, luego de poco más de media hora de infructuosa búsqueda, le dijo: "jefe Gorrilla, ¡Se robaron un zapato!... ¡Mire!... ¡No le miento!... ¡Ya los tenía listos!, Y le mostró el único que quedaba.
¡Esto no se queda así!... ¡Viejo méndigo!... ¡Mi jefe los necesitaba para estrenar su traje azul en la fiesta del Moyo en el Partenón!... ¡Le va a pesar!... ¡Se va a arrepentir!, Bramó estentóreamente dando un portazo.
La mañana era fresca en el Distrito Federal, pues la tarde anterior había llovido copiosamente hasta muy entrada la noche.
El semáforo estaba en rojo, le bajó el volumen al equipo estereofónico de su Corvette y sonrió pícaramente. Le voy a decir: "¡Maestro! ¡Fíjese que a Pepe le encantó el modelo! ¡Perdóneme! ¡Mire, aquí está!, Ayer no le dije nada porque temí que no me lo prestaría, ni para que lo viera Pepe; ¡se lo iba a traer en la tarde, pero llovió taaaanto! Sonrió de nuevo. Sabía que al hacerlo, ese coqueto hoyuelo de su blanquísimo mentón le agregaba encanto.
Rinnn, rinnn, rinnn, rinnn. Nada. Se agachó para ver por la cerradura y al rozar con la cabeza la puerta, ésta se abrió. Mujer curiosa al fin, entró y... un alarido de terror le desgarró la garganta.
Fin.
Lourdes H. Siles
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El sudor escurría por tu pecho copiosamente, el vaivén de tus suaves manos sobre mis piernas me producen una exquisita y a la vez dolorosa sensación. Jadeas y tu pecho se inflama dejando ver tus macizos y morenos pectorales que me encanta acariciar en cualquier sitio donde no haya quién nos observe; no importa si es en el autobús que nos lleva al trabajo; en el cual, por supuesto, nos sentamos hasta el fondo para que nadie pueda darse cuenta de nuestras sensuales caricias.
Hoy estamos cumpliendo un año de habernos casado y nos hemos ido a vivir juntos al edificio Chihuahua que está muy cercano al de Relaciones Exteriores. Los dos trabajamos en la oficina postal que está enfrente del Palacio de Bellas Artes.
Tu respiración excitada, la boca de carnosos y delineados labios entreabiertos musitando repetida y sollozantemente el apodo que cariñosamente me pusiste: “Osita”
Tu voz cálida, orgásmicamente sensual me envuelve completamente; siento cómo subes y bajas una y otra vez de mí en un frenesí que no te conocía.
Contrario a nuestras acostumbradas sesiones amorosas con todas las luces encendidas, para deleitarnos mirando nuestros acompasados movimientos tan sincrónicamente que nos fundimos en un solo cuerpo y en un solo corazón; hoy está obscuro, muy obscuro; siento el placer de tus manos; la calidez de tu aliento en mis muslos firmes y torneados; pero la obscuridad no me permite verte. Te amo mi amor, digo con voz casi inaudible, te amo hoy y te amaré siempre. A lo lejos, muy a lo lejos, escucho voces gritando nombres; sirenas de ambulancias; de bomberos; de la policía. Y tú y yo seguimos aquí en nuestro rinconcito amado, fundiéndonos en un solo cuerpo y corazón pero; extrañamente hoy no puedo tocarte, tampoco puedo verte; de pronto tu cuerpo ha ganado demasiado peso y no puedo moverme, me sofocas, casi no respiro. Alguien se ha metido a nuestra recámara y te dice que me dejes, que no me toques; que te ayudarán a quitar los pedazos de concreto que aplastan mi cuerpo. No comprendo por qué el intruso te dice eso. Escucho tu amada voz: “Hoy diecinueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cinco cumplimos un año de estar juntos”
Fin.
Lourdes H. Siles
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