Sueño. (Cuento corto)

14.10.2013 00:21

Después de desayunar, beso a mi esposa y a mis dos hijos al despedirme para ir a mi cita secreta. Sí, con el sicoanalista doctor Joseph Drew, quien me pidió en repetidas ocasiones que colaborara con él en la investigación del tema de su tesis sobre la vida antes de la vida.

Lo pensé mucho tiempo pues mis creencias religiosas se contraponen a esta situación; sin embargo, después de reflexionar mucho, acepté. Me gustaría saber con certeza qué otra criatura fui antes de esta vida. Mis padres me inculcaron la idea que pude haber sido vaca, pero yo no lo creo. Así que  estoy decidido a que la ciencia me desvele el misterio. Y heme aquí, acostándome en el diván del decano de la universidad.

Muy bien, señor Rahim relájese, cierre los ojos y respire profundo por favor. Así, muy bien, muy bien, en la sesión anterior llegamos hasta hace treinta y cinco  millones de años; hoy trataremos de llegar mucho más atrás, me dijo el doctor y enseguida escuché el clic del enter de la computadora.

Al pie del enorme árbol se vive una verdadera fiesta, hay retoños de hojas nuevas que brillan con la luz del sol e invitan a comer. Lo hacemos despacio, con calma, disfrutando su exquisito sabor acidulado y aroma especial. De pronto, mi vecina se queda quieta, voltea hacia todos lados y casi al unísono gritamos todos: ¡Temblor, temblor! Y con horror vemos cómo la tierra se abre por aquí, por allá y más allá. Hay nubes de polvo que permiten apenas distinguir a mi familia y amigos. Todos los que estábamos comiendo corremos velozmente con otros muchos de mis amigos; el pterodáctilo sale volando desesperado sin saber a ciencia cierta a dónde ir. Yo estoy aterrado, el suelo se mueve trepidantemente, mis gruesas y largas patas avanzan sorteando arboles y enormes cuerpos caídos y grandes pedazos de roca caliente que literalmente vuelan por el aire golpeando brutalmente todo lo que se atraviesa en su camino; nos atropellamos al correr despavoridos sin rumbo, sin dirección.

Nadie sabe qué está pasando realmente, la tierra sigue abriéndose, creando profundos abismos en donde han caído amigos y amigas mías; las colosales rocas caen con un sonido monstruoso formando grandes agujeros al caer; en este instante está cayendo una de ellas en la dirección por donde corre mi familia. ¡No lo puedo creer! ¡La aplastó a toda! Me detengo,  no sé qué hacer, ¡Mi pobre bebé que corría junto a su madre está deshecho por el brutal  impacto! El corazón me salta del pecho; las rocas hirvientes siguen cayendo, quemando todo a su paso; hay incendios por donde quiera. He corrido tanto que al haberme detenido siento entumecidos las piernas y mis cortos y delgados brazos cuelgan pesadamente a mis costados; veo a mi alrededor; el día se hizo noche; el polvo me provoca ardor en la nariz y en la garganta. Grito y grito. Nadie contesta. Todos se han ido ¿O están muertos? Esperaré el amanecer.

Un profundo dolor en el abdomen y un enorme peso que no me deja respirar. Veo un tenue rayo de luz que pasa entre la roca que está encima de mi abdomen y otra que está muy cerca de mi cabeza. Parece fiesta de estrellas; brincan, se mueven, suben, bajan; otras se mantienen girando dentro del haz de luz.

El dolor es insoportable, no puedo moverme, mi corazón se agita. Grito, grito y grito: ¡Que alguien me ayude! ¡No quiero morir! ¡Quítenme esto de encima! ¡Ayuda por favor! Nadie contesta. ¡Voy a morir! ¡Voy a morir!

¡Despierte! ¡Despierte, señor Rahim! Escucho el clic  de la computadora y como autómata tomo la toalla que me ofrece el doctor Joseph para secarme las lágrimas y el sudor.

Bondadosamente el doctor me pasa un vaso de agua y me pregunta si quiero escuchar la grabación  del día de hoy. Pero no quiero. Ya estoy enterado que en mis otras vidas fui cantante de ópera, marinero, esclavo del emperador Moctezuma, filósofo  y vaca entre otros. Le deseo suerte en su tesis al doctor y me marcho convencido de que no volveré jamás a su clínica.

Fin.

Lourdes H. Siles