El zapato perdido. (Cuento corto)
El ambiente estaba impregnado de fuerte olor a cuero y pegamento.
La señora alta, de exultante belleza, recorría con la vista el enorme estante. ¡Es usted un verdadero maestro! ¡Están rebonitos!. Y diciendo y haciendo, deslizó sus manicuradas y elegantes manos sobre la brillante piel. ¿Cuánto cuestan maestro? Lo siento señora Nasha; pero no están a la venta. Es un pedido especial que debo entregar hoy en la tarde. ¡Ay... no me diga eso! ... ¡me encantan para Pepe!, Dijo y giró sobre sus talones para tomar las manos del anciano, que se sobaba la muñeca de la mano izquierda. ¡Ándele maestro!, son de la misma medida que usa mi marido; le pago el doble del precio.
De verdad me apena tanto señora; pero si se los vendo, mañana amaneceré debajo del puente del río Tula. ¡Ay... maestro! ¡No sea malito!, Dígale al otro cliente que se los entrega la otra semana. ¿Sí? No señora, es imposible; pero ¡Si gusta, le fabrico los suyos para dentro de tres días, para que vea que de verdad la aprecio!
Caprichosa y acostumbrada a obtener siempre lo que quería, hizo un mohín. Sabía convencer. Había sido actriz y actuaba aceptablemente; sobre todo en películas de desnudos. ¡No creo que haya alguien más importante que mi patilludo! ¡Ándele maestro! Doña Nasha, esos zapatos son de mi general Durazno y no quiero arriesgar mi viejo pellejo a que lo apesten los zorrillos. ¡Está bien maestro, está bien!, Dijo melosa, hágame los míos para después, pero quiero decirle que ese negro no es más importante que mi Pepe, dijo y giró nuevamente hacia los acharolados zapatos. ¡Siga trabajando maestro; yo continuaré echando un vistazo a los demás que tiene aquí.
Mi jefe, ¡buenas tardes! Vengo por los zapatos de mi general, cantó el hombre todo vestido de color café, dejando su abrigo en el respaldo de la destartalada silla. Sí, mi Gorrilla... ¡ Ya están!, Y caminó hacia el estante. Al llegar, su rostro se puso blanco, luego verde, azul, morado; los ojos desorbitados; el corazón casi saliéndosele del pecho por su tremenda agitación. ¡Aquí estaban! ¡Ahorita falta uno! ... ¡Talvés se cayó!, Dijo agachándose a buscar; revoloteó entre el montón de pieles y nada. Desesperado y con terror, luego de poco más de media hora de infructuosa búsqueda, le dijo: "jefe Gorrilla, ¡Se robaron un zapato!... ¡Mire!... ¡No le miento!... ¡Ya los tenía listos!, Y le mostró el único que quedaba.
¡Esto no se queda así!... ¡Viejo méndigo!... ¡Mi jefe los necesitaba para estrenar su traje azul en la fiesta del Moyo en el Partenón!... ¡Le va a pesar!... ¡Se va a arrepentir!, Bramó estentóreamente dando un portazo.
La mañana era fresca en el Distrito Federal, pues la tarde anterior había llovido copiosamente hasta muy entrada la noche.
El semáforo estaba en rojo, le bajó el volumen al equipo estereofónico de su Corvette y sonrió pícaramente. Le voy a decir: "¡Maestro! ¡Fíjese que a Pepe le encantó el modelo! ¡Perdóneme! ¡Mire, aquí está!, Ayer no le dije nada porque temí que no me lo prestaría, ni para que lo viera Pepe; ¡se lo iba a traer en la tarde, pero llovió taaaanto! Sonrió de nuevo. Sabía que al hacerlo, ese coqueto hoyuelo de su blanquísimo mentón le agregaba encanto.
Rinnn, rinnn, rinnn, rinnn. Nada. Se agachó para ver por la cerradura y al rozar con la cabeza la puerta, ésta se abrió. Mujer curiosa al fin, entró y... un alarido de terror le desgarró la garganta.
Fin.
Lourdes H. Siles