Desorientado. (Cuento corto)

14.10.2013 22:37

Pintor: Robert Grace

La tarde era calurosa; el chofer sintonizó otra estación de radio y se dejó oír la voz del doctor Zedillo Ponce de León: “ ...mpatriotas es la ocasión número quince que vengo a Chapas... “; rápidamente cambió la frecuencia y la voz amelcochada de Ricardo Arjona llenó el autobús: “... no sé quién las inventó, mujeres... “, El Sacrificio, gritó el panzudo chofer. Se bajó del destartalado camión de la empresa Paulino Navarro y se internó en ese caminito de terracería; al pasar frente a la escuela telesecundaria se dijo: ¡Qué bonita está mi escuela, nunca me había fijado bien!  y entornó los ojos con melancolía. A mis batos locos de la prepa les gustó  y... Se le nublaron los grandes  ojos  negros; lo que hacía que tropezara al caminar.

 

Llegó a la enorme Ceiba y cobijado por su sombra, se sentó a observar el caudaloso río. Su semblante era más bien triste.

 

Al caer la piedrecilla, formó círculos concéntricos en el agua y él se quedó mirándolos hasta que el último se desvaneció. Volvió a tirar otra y otra con desgano  -qué mala onda- se dijo, - y yo que pensé que nada iba a pasar; me cae que yo creía que era buena chava -, y golpeó con fuerza su muslo derecho – en la casa todo se va a poner cardíaco con mis jefes -,  y se alborotó el cabello, dejando al final las manos sobre su cabeza – qué mala onda- se repetía,  -es tan buena  rola esa de  hacer el amor con una morra, nunca lo había hecho y en mi primera vez me pasa esto; qué mala pata-, y se propinó dos  fuertes cachetadas que le dejaron ardiendo los cachetes.

 

-¡Está tan buena! ¡Qué piernotas! Y esas chichotas que dan ganas de arrancárselas de una mordida -; y metiendo el  labio superior entre los dientes, apretó y apretó hasta sentir un sabor salobre en su paladar. - Y yo que le pregunté a mi jefe si le entraba o no -. Volvió a morderse el labio – todavía me contestó: ¡órale menso! ¡Llégale! Cuando yo tenía tu edad no se me iba una viva; recuerdo que mi papá me mandaba de chaperón con tus tías para que nadie les faltara el respeto; yo las recomendaba con alguien mientras me iba al monte con alguna muchacha; tu abuelito siempre me preguntaba al regresar del baile: venga  pa’ cá, y me llevaba cerca del fogón para que abuelita no escuchara, ¿quién te las dio hoy m’ijo?  - ¡Pendejo, pendejo! ¿Por qué le hice caso? -.

 

Se recostó en el pastito y en posición fetal metió la cabeza entre las rodillas, -sí, dijo el pendejo, y ahora que estoy jodido, segurito se me arma la bronca en la casa y el primero que gritará será el ruco; ¡Ya lo oigo! ¡Te lo dije pendejo! ¡Te lo dije!, Porque delante de mi jefa se da baños de pureza. ¡Pendejo! -. Y se volvió a cachetear con furia. - Ahorita ya me andarán buscando; mi jefa preguntando con las chismosas de las vecinas, porque todos lo saben, menos ella. Comadrita ¿De casualidad vio a m’ijo? ¡Ay! ¡Es que estoy rete priocupada! Fíjese que anoche no vino dormir; ya lo reporté a Locafel, pero yo también lo estoy buscando; algo le pasó porque él nunca me había hecho esto, es tan buen muchacho. ¡Pendeja, ¡No sabe nada de mí! Ni siquiera conoce quiénes son mis cuates y, cuando le preguntaba de sexo, siempre bajaba la mirada y salía con esa chingadera de que estoy muy chico para saber de esas cosas ¡Ya tengo quince años! -. Se sentó y levantó la mirada al enorme peñasco que estaba al otro lado del río, - pinche río, lo bueno que no tienes jeta, sino tu también andarías con el argüende de que  aquí me tiré a la Chole, pero que chinga ¡Por Dios que si hubiera sabido esa onda, no le busco!  Copiosas lágrimas anegaron sus irritados ojos, - ¡Me vale madre todo! -. Dijo, y se levantó del pastito donde había estado desde hacía muchas horas.

 

 El sol se había ocultado y el croar de las ranas, así como la urgente llamada sexual de los grillos, lo resolvió a escribir; buscó en las bolsas del pantalón. Sintió mareo. Volvió a sentarse. Encontró en la bolsa de la camisa, la cajita vacía de somníferos y en la oscuridad empezó a escribir : “ ...  no se culpe a nadie de ...  ” ,  y cerró los ojos”.

Fin.

Lourdes H. Siles


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