Añoranza. (Cuento corto)
Pintor: Robert Grace
Al principio se escucha como tropel de caballería y logra sobresaltarme; pero en cuestión de segundos las gruesas gotas de lluvia que caen en las láminas de los techos de las casas vecinas llegan hasta la mía y observo embelesada por la ventana de mi recámara, que da al traspatio, que al estrellarse contra el suelo, primero cavan agujeritos y luego forman círculos concéntricos. El sonido es atronador.
Continúo de pie en la ventana y veo a mi padre en la acera de nuestra casa, barriendo el agua que forma pequeños charcos en las ranuras hechas ex profeso. El pantalón arremangado y sus pequeños pies gozando la frescura de la lluvia. Voltea a verme. Ven a barrer conmigo, dice. Corro por mi pequeña escoba hecha por él a mi medida y salgo a disfrutar con él el milagro de la lluvia. Papi, ¡Puedo bañarme en la lluvia? interrogo feliz. Sí, pero no vayas a tragar agua, porque es de las primeras y trae muchas enfermedades.
En la abundante corriente de la avenida nado en compañía de mi hermana menor. Él nos observa riendo, mostrando sus pequeños y blancos dientes; aun con la escoba en la mano. De repente la corriente me arrastra y mi padre corre a salvarme, diciendo: “Te lo dije Camilita, ten cuidado”.
¡Bah! No importa. Él me protege contra todo.
A veces escudriña el horizonte achicando los ojos, para ver si todavía está lloviendo en la parte alta de Tapachula.
Los almendros dejan caer con suavidad sus amarillas hojas y papá las levanta para ponerlas a secar y luego, al día siguiente, quemarlas en el patio trasero de la casa.
Vengan ya a bañarse con agua limpia. Dice, y tomen su café calientito para que no les vaya a hacer daño.
Salimos de nadar y él me toma en sus brazos diciendo: “Camilita, hoy nos toca leer la ese en la cartilla, que no se te olvide”. ¡Sí papi!
Ese oso se asea, así es su...
Lourdes H. Siles