Agüe Camila. (Cuento corto)
¡Grr, grr, grr!, Se escuchaba el rugido de unas tripitas y la hermosa joven se deslizaba ágilmente cual gacela, al ritmo del Son de la Negra que interpretaba magistralmente el Maestro Wenceslao Libias.
Al terminar la melodía, agitada se recargó en un grueso pilar que al pie tenía, como todos los demás, un hermoso como enorme jarrón blanco repleto de flores pintadas de color rosa.
Estoy cansada pero feliz, le dijo a su chambelán; quien ataviado con pantalón negro y almidonada camisa blanca, le sostenía la mano con emoción. Estás muy bonita hoy, le dijo, con éste vestido largo y esponjado te miras como si fueras un ángel, gracias, susurró ella sonrojándose. La fiesta transcurría alegremente, las parejas bailaban sin descansar; las tandas eran a pedido de los invitados.
Llegó la hora de servir el banquete y todos esperaban con contenida emoción la partida del pastel. Los niños correteaban jugando a los encantados; los señores fumaban esos cigarrillos sin filtro que sueltan un poquito de tabaco cada vez que le das una fumadita; y las señoras platicaban del ajetreo de todas las mañanas; eso de levantarse a las tres de la madrugada para poner a cocer el maíz y en el ínter hacer el café con tortilla quemada y un poquito de canela; Después moler y tortiar para llenar el portaviandas; ponerle agua fresca al pumpo del marido para refrescar la tremenda sed al mediodía, cuando el calor en el rancho es abrasador.
¡Gr., grr, grr! ¡Queremos pastel, pastel, pastel! ¡Queremos pastel, pastel, pastel!. Coreaban las jovencitas con sus rostros arrebolados de alegría y sus bonitas faldas plisadas se balanceaban de un lado a otro, al compás del movimiento de sus dueñas. ¡Gr., grr, grr!.
En ese momento Vicente sorpresivamente besa a Camila en la mejilla. Perdóname pero ya no aguantaba las ganas, le dice, además acuérdate que ya pasado mañana iremos a pedir tu mano. Sí, pero todavía me regañan, dice ella. En eso aparece doña Cuquita que le dice: “Camilita ven, tú debes partir el pastel; ya la muchachada me está dejando sorda con tanto grito de que quieren pastel.
¡Abuelita Camila, abuelita Camila! ¡Abre, somos nosotros! ¡Abre!.
Bruscamente abre sus cansados ojos; escucha el rugir de sus tripitas y arrastrando el raído rebozo, camina trabajosamente luego de levantarse de la butaca de tejamanil, para abrir la puerta.
¡M’ijita, qué bueno que viniste! ... ¡te estaba esperando como agua de mayo porque... porque... porque quería verte!
Fin.
Lourdes H. Siles