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Sismo

18.07.2017 22:43

Sismo

¡Jajaja! ¡jajaja! Y que no podía meter la llave en la cerradura, ¡jajaja! ¡Sí, hombre! No encontraba el bendito hoyo por más que lo buscaba y se me cayó como cinco veces el ingrato llavero, ¡jajaja!

¡Ah, pero eso no es todo!  Yo gritaba a mi compañero de cuarto ¡el llavero, el llavero! ¡jajaja! Y ya lo traía en la mano ¡jajaja!

El que relataba esta anécdota era conocido por todos los estudiantes como el más ecuánime en situaciones de peligro. El que siempre decía que cuando hubiera temblor, primero había que cerrar el paso del gas, no gritar, no correr. Y ahora al relatar lo sucedido volvía a temblar como hoja al viento ¡jajaja! ¡jajaja!

Fin 

Lourdes H. Siles

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El fin

15.07.2017 23:28

 

Las  fantasmagóricas sombras de los árboles  del jardín se movían a su antojo en las paredes de la sala de estar;  cuyas grandes vidrieras añadían una extraña dimensión a las figuras, en aquella noche de lluvia torrencial con rayos y  truenos.

Lentamente se sirvió una taza del aromático café de altura mezclado con canela, que despedía vapor con alegres silbidos en la cafetera. Bebió un sorbo y suspiró profundamente recordando, como siempre, la imagen de los coloridos cafetales de su tierra natal, su amada Tapachula en el sur del estado de Chiapas.

Subió con paso cansado pero firme los escalones de la tallada escalera para llegar a su habitación. Tomó su diario y empezó a escribir.

… no Diputado, las cosas no son así. Usted está viviendo una hermosa fantasía y cree que su  familia lo acompaña en esta ilusión. No se engañe. Soy su amigo y por eso me atrevo a decírselo, nada qué ver. El tiempo pasado no se recupera nunca. Sus hijos ya crecieron sin estar usted presente en sus momentos más significativos y eso no cambia; ellos ya hicieron sus vidas sin usted; son adultos profesionistas que tuvieron la fortuna de ser sus hijos y su motivación para crecer en su carrera política, de la cual hoy se despidió, misma que fue parte medular para darles esa profesión que actualmente gozan sin usted. No se torture, la vida es así. Finalmente usted está solo. Ninguno de sus hijos dejará sus obligaciones para acompañarlo en esta etapa de su vida…

En medio de la tormenta apenas se escuchó un ¡Bang! Y después sólo silencio.

Fin 

Lourdes H. Siles

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Cuento corto "El Extraterrestre"

07.05.2014 00:01

_ Fíjate Raúl  que hace muchos días estaba mirando debajo de una gran mata de calabaza, que está en la parcela de mi abuelito, porque me llamó la atención  algo que se movía ahí, pero la mata de calabaza era extrañamente alta, casi casi como una montaña porque medía como quince metros de alto y talvés como doce de ancho. Esta mata siempre está ahí, nunca se muere.

A mí siempre me ha dado mucho miedo entrar debajo de esa montaña verde y aguatosa porque se mantiene oscuro oscuro y no se ve nada de nada.

Un día que mis papás salieron a la linda Tapachula,  mis hermanas se fueron a una gran fiesta, y  mis hermanos se fueron a cangrejear con atarraya y todo el rollo de la pesca, yo me fui a bañar, luego puse la olla con agua a la lumbre del fogón para hacer café y cuando estuvo listo, me serví una tazota de café calientito y agarré muchas galletas con forma de animalitos que habían en la alacena  y me puse a ver en la televisión  mi programa del Chavo del Ocho, que es mi favorito. De pronto escuché ruidos raros y como te imaginarás, me levanté de volada de la perezosa porque me dio miedo.

_ ¿Y qué hiciste? ¿Qué era? ¡Miedoso eres!

_ ¡Acuérdate que estaba solitito Raúl! Y ni a quién gritarle para que me ayudara a pasar el miedo, y además en el patio sólo hay un foquito de esos ahorradores que casi ni alumbran nada; pero yo muy valiente y sudando como cuando hacemos educación física, agarré un foco de mano y me asomé a la puerta y en ese instante miré  una cosa verde que salió corriendo a meterse dentro de la montaña de calabaza y yo pensé que era algo así como un extraterrestre,  porque acuérdate que te dije que era verde, y ya me imaginaba yo en la televisión con mi extraterrestre dando entrevistas y todo eso, o sea, ya me imaginaba viajando por el mundo entero todo famoso y rico, con mi carrazo del año y vistiendo bien bonito como sale en los programas  de la televisión el Jaime Mausán ese. Así que todo tembloroso y sudando como botella de refresco bien fría, salí al patio y poco a poco me acerqué a la matona de calabaza y ¿Qué crees?

_ ¿Qué?

_ Una luz verde bien brillante alumbraba todo el interior de la montaña de calabaza y al fondo miré una forma  enorme, gorda,  con cuernos y de repente  se zangoloteaba y saltaba y su cabeza desaparecía en la cúpula de la montaña de calabaza y yo casi casi me desmayo.

_ ¿Pero no te desmayaste?

_ No, ¡Espérame tantito cuate! Mi corazón parecía motor de motocicleta con tubo de escape roto de tanto ruido que hacía. Yo ya  no sabía si gritar, correr o persignarme y rezar el Padrenuestro cuando, de repente,  las luciérnagas salieron volando de adentro de la montaña y una ranita detrás de ellas se esforzaba por atraparlas con su larga lengua. ¡Ahí me volvió el valor! Con mi gran inteligencia pensé rápido y veloz. La luz brillante que miraba en la montaña era la de las luciérnagas y el extraterrestre segurito era la sombra de la ranita que saltaba para atraparlas. Así que todo chiviado me di la vuelta para entrar a mi casa a seguir viendo la tele y a tratar de olvidarme de mi carrazo del año, las entrevistas, la ropa bonita, los viajes y… hasta del Jaime Mausán ese.

Fin.

Lourdes H. Siles.

 

 

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La Casa. (Cuento corto navideño)

05.11.2013 13:05

Este veinticuatro de diciembre de dos mil cuarenta y seis los invitados  se han reunido en La Casa de Niños en Situación de Riesgo,  alrededor del Nacimiento del Niño Jesús, que entre todos adornaron. Huele a incienso.  Las flores de Nochebuena, originarias de México, descansan en macetas pintadas de color dorado y plateado por dondequiera. Los globos de colores adornados con diamantina  cuelgan de hilos estratégicamente ubicados en el corredor.  La Casa está en  una propiedad enclavada en la selva del norte de Chiapas, con un hermoso estanque en donde nadan  patos, peces pargo rosa  y también mojarras tilapia que  todos ayudan a cuidar, pues servirán para proveer ingresos económicos  con su venta y; por supuesto, también como alimento a niños y trabajadores voluntarios de La Casa.

 

Todos platican alegremente y beben caliente de piña sin alcohol.

 

De pronto los niños gritaron: ¡Ahí viene Rosita!,  ¡Que viva  la Rosita!, ¡Que viva! Gritaron todos. Apareció una linda chica alta, esbelta y de ancha sonrisa. Abrazos y besos. Se sirvió un vaso de caliente de piña y se sentó al lado de la licenciada Alicia -la  anfitriona y encargada de La Casa por más de treinta años-; quien de pronto guardó silencio mientras la observaba pensativa. ¡Mi Rosita! Platicadora -pero no comunicativa-, amable -pero lejana-; segura de sí misma. Sin embargo, ese dejo de tristeza en su rostro no la abandona nunca. Jamás habla de su esposo ni de su bebita; nadie sabe si tiene problemas o no. Trabaja mucho y no lo comenta.

 

¿En verdad  amará este lugar? Pensó la anfitriona. ¡Claro que sí!  Lo leyó en sus ojos. Esos ojos que son impenetrables para otros; pero que ella puede escudriñar perfectamente y darse cuenta que no es feliz; que ansía ser algo más que ama de casa, madre y esposa a sus veintiocho años de edad. Su espíritu rebelde se confía ante Alicia y deja ver su anhelo de libertad; la imagina dentro de una burbuja que no la deja escapar y ser quien ella quiere ser.

 

Recuerda  aquella  calurosa tarde en Tuxtla Gutiérrez cuando manejaba su auto en la Colonia Albania la Alta,  donde ella vivía; con la esperanza de verla y de pronto, frenó intempestivamente.

 

Esa chiquilla descalza en la esquina. Blanca, cabello lacio hasta los hombros, con fleco que casi le cubría los ojos. Portaba un vestido a cuadros cafés y amarillos, con cuello blanco cuadrado y resorte en la cintura. Tendría seis o siete años de edad. Ambas se observaron. Al sonreír apreció su boca grande, de gruesos labios. Sí, era ella, ¡Rosita!

 

Bajó del auto y se acercó. La niña corrió a  abrazarla  largamente. Sollozaba. Pero no dijo nada.

Tenía un especial amor por esa niña. Los avatares de la vida la habían hecho ser huraña, desconfiada y nada cariñosa; sin embargo, ¡La había abrazado!

 

¿Cómo estás hijita? ¿Adónde vas?, ¿Estás yendo a la escuela?  ¿Y tu papá? ¿Está ahora en tu casa?  Las preguntas fluían sin cesar, mientras agachada, la abrazaba fuertemente.

 

Bien, señito; voy a comprar las tortillas de doña Panchita, y su hijo ¿Cómo está? Él está bien, hijita. Cuéntame ¿Has visto a tu mamá?

Alicia tenía un especial amor por esa niña que había conocido en sus recorridos por las colonias suburbanas de la capital. Siempre estaba sentada en alguna acera, sucia, despeinada y casi siempre con el mismo vestidito de cuadros. Su padre era alcohólico y la abandonaba por semanas a menudo. De su madre no se sabía nada.

Alicia realizó todos los trámites burocráticos para ingresarla a La Casa.

Rosita vivió en La Casa hasta cumplir los veintidós años, pues al crecer se hizo cargo del cuidado de otros niños que llegaban a la institución. Se licenció en Trabajo Social y se casó. Frecuentemente visita La Casa y ayuda a Alicia.

El tronar de los cohetes hizo que todos se pusieran de pie para observar las refulgentes y llamativas figuras que se formaban en el cielo;  el aparato de sonido dejaba escuchar las canciones clásicas de navidad.

 

Relajada y feliz,  abrazó a esa niña descalza; con vestidito a cuadros cafés y amarillos,  en esa feliz navidad.

 

Fin.

Lourdes H. Siles.

 

 

 

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¿Buena receta? (Cuento corto)

28.10.2013 23:19

 

 

No amiga, no es tan traumatizante como crees. Fíjate que no eres la primera, mucho menos la última que pasa este trance.

 

 Me siento horrorosamente triste y deprimida; nunca imaginé que Romeo  me hiciera esto; si siempre fue tan cariñoso conmigo y con los niños. No sé qué fue lo que lo hizo abandonarme para irse con la hija de la Chata Vidal. Le platiqué a la Güera Ibargüengoitia y me hizo el favor de llevarme al Centro Espiritual de don Marcelino y este señor me leyó las cartas y me dijo que a Romeo lo hechizaron por medio de una foto y tierra de panteón; pero que si quiero que regrese a casa; el trabajo de deshacer el hechizo me cuesta cinco mil pesos y lo más grave es que no tengo ni un solo centavo y...

 

No amiga, no te dejes embaucar por gente como don Marcelino. En la vida lo que cuenta es la praxis. Seamos realistas. Recuerda que a mí también me sucedió  lo mismo. Lo que pasa es que nunca falta una chamaca revoltosa que se les ande ofreciendo y ellos lógicamente prefieren a la más joven y bonita que a su esposa; que dicho sea de paso, nosotras nos olvidamos que ellos quisieran que fuéramos eternamente atractivas, como cuando nos conocieron y que siempre actuáramos como cuando no teníamos hijos, y ellos eran nuestro único foco de atención. No amiga, seca esas lágrimas y bebe el cafecito, mientras te muestro la carta  que le mandó la licenciada González a la Beba Alcaine  cuando le sucedió lo mismo con su esposo.

 

La historia comienza en el momento que la licenciada tenía entre sus manos la fotografía del chavo aquél que llevó al Baile de banderas y había puesto llave a su recámara, para que su hija no la fuera a sorprender besándola y sonó el teléfono...

 

¡Yo contesto!... ¿Bueno?... ¿Con quién hablo?... ¿Con quién desea hablar?... ¿Es usted la licenciada González?... ¿De parte de quién?... Mire, soy Paty la prima de Lolis. ¿Es usted la esposa de Romeo?... Sí, ella habla. Es que... es que... es que mi prima Lolis desapareció de la casa y acá  todos piensan que está con su esposo y... yo estoy segura que así es.

 

Sentí que el techo me caía encima. Enmudecí. Percibí ese olor característico que se siente cuando una está a punto de desmayarse. ¡No podía ser verdad lo que estaba escuchando! Veía oscuro todo a mi alrededor. ¡No, Romeo no puede hacerme esto!.

 

Sin embargo, mi orgullo me sacó a flote y contesté aparentando toda la calma del mundo: "Paty, mucho gusto de conocer tu voz y aunque no lo creas, me da mucho gusto también escuchar esa noticia. ¡No te preocupes! Si tu prima está con mi esposo, no hay problema; pero dime ¿cómo es que estás segura que tu prima, a quien no conozco, se fugó con él?

 

Licenciada, mi prima se llevó toda su ropa y hace como dos horas la vieron en la esquina de la casa con su marido y,  como ya tiene tiempo de ser su novia, pues lo más lógico es que se haya ido con él... y…  y… y…

 

Ya no escuchaba sus palabras. Afanosamente trataba de entender en qué momento mi Romeo  había tenido tiempo para andar de novio con otra mujer y cómo había podido ocultarlo a mi suspicaz olfato de esposa. Conseguí ordenar mis ideas; que en esos momentos giraban como un torbellino. Me resistía a creerlo. Él, con esa cara de inocente que me cautivó cuando lo conocí; que me llevaba rosas los fines de semana; que era amoroso conmigo y nuestra hija, sobre todo, que siempre me decía que me amaba y sentenciaba que el día que supiera algo malo de mí, ese día me mataría.

 

Recordé los días de campo a la orilla de la carretera;  en ese lugar donde los árboles con sus frondosas copas nos regalaban su refrescante sombra y que esos días de campo dominicales eran nuestro único escape mutuo de los respectivos trabajos que ambos desempeñamos;  comíamos y luego nos llevaba a recorrer los ejidos de la zona alta y fría de ese municipio, donde el aroma de las matas de café en flor embriagaban los sentidos.

 

¡No!... ¡No era mi Romeo  el que se había fugado con otra!... ¡No, él no tenía tiempo ni para salir conmigo que me amaba tanto! ... ¿Licenciada?... Sí, dime. Es que creí que ya no estaba al teléfono. Sí reina, te escucho;  No hablaba porque es mala educación interrumpir al que está hablando. Mi voz la oía lejana; como cuando hablas a través de esos vasos de plástico, unidos por un largo hilo, que se hacen en la escuela primaria para comprobar la propagación del sonido.

 

Mira nena,  no te preocupes, si tu prima quiere casarse con mi marido,  no hay problema. Yo no tengo nada en contra de ella ni de él, es más, tiene un buen tiempo que hemos estado hablando los dos de separarnos, porque ya no nos amamos; pero lo hemos ido postergando porque él no quiere separarse de la niña. Así es que no hay ningún problema. Esto tenía que pasar; con tu prima o con la otra mujer que tiene con dos niñas o con la de hermana de mi comadre que ya tiene también un niño de cuatro meses.

 

Tenía que ponerlo en mal, ya que esto no era cierto. Por eso te repito que no hay problema alguno, es mas, le pido a Dios que a tu prima sí sepa corresponderle como ella se merece, porque como tu dices; eso de fugarse a los dieciocho años con un hombre comprometido, truncar sus estudios, dejar la hermosa residencia de sus padres y olvidarse de su propio auto; para irse a vivir con él  a esa casucha de cinco por cinco, donde habitan doce personas incluidos los padres de él, y que con el sueldo que tiene como vendedor de refrescos, es muy difícil que pueda llevarla a otro lugar; ni darle siquiera la mitad de todo a lo que ella está acostumbrada. Porque quiero decirte que el hecho de abandonar todo por irse con él, habla mucho del gran amor que le tiene a mi marido. No te preocupes. Yo no haré nada para impedir su matrimonio. Así que si tu prima te llama puedes decirle de mi parte por favor, que les deseo toda la felicidad del mundo, y discúlpame reina; pero cuando llamaste estaba a punto de ir al salón de belleza y se me está haciendo tarde para la cita; así que adiós y buena suerte.

 

No había tal cita.

 

Lo maldije mil veces;  me acosté y levanté al momento.  No tenía paz en el corazón.

 

Las horas pasaban lentamente y Romeo no aparecía. Amaneció.

 

 ... ¡No llegó! ... ¡Era cierto! ... ¡Mi Romeo ya no me amaba! ... ¡Me había abandonado! ... ¡A mí! ... ¡A mí!

Tomé un baño, cogí lápiz y papel;  abofeteé mi rostro y empecé a escribir:

                                  

PLAN DE ACCION:

ü Hablar con él.

ü Decir que no hay problema.

ü Preguntarle si de verdad la ama.

ü Proponer perdonarlo y que vuelva a casa.

ü Jurar que nunca se hablará de ese tema en casa, si vuelve.

ü Impulsar su boda.

ü Arrancarle la promesa de que el día de su boda no regrese a casa de sus padres, donde está con ella y que regrese a casa.                                                                        

ü Cuando ella se aburra de esperarlo y se vaya, abandonarlo yo.

ü Casarme inmediatamente con otro.

ü Enviarle fotografías de mi boda.

ü Esperar tranquilamente que venga a suplicarme volver con él.

ü Llamar a la policía, mencionando que vino a perturbar  la paz y tranquilidad de mi nueva familia.

ü Y por último ¡Reír, reír, reír y reír!.

 

He de informarlte  que todo el proceso anterior consumió trescientos sesenta y cinco días de mi vida; pero se cumplieron todos y cada  uno de los aspectos.

 

¡Ah! Se me olvidaba decirte  que estoy legalmente casada con el hombre que me rogó por tres años previos, que abandonara a Romeo y legalizáramos nuestra relación para no tener que escondernos.

 

¿Cómo ves?...para mí que la "Lic." hizo lo que tenía que hacer; No se vale que te abandonen y después se solacen con tu desgracia; sobre todo la otra. No amiguita, quiero que sepas que a mí me funcionó muy bien ésta receta cuando Pepe me dejó y mírame ahora. Soy feliz. Rejuvenecí y comprendí que de ahora en adelante debo ser y estar siempre bien atractiva; voy al gimnasio, me maquillo aunque no tenga que salir y estoy siempre dispuesta  a hacer todo lo que me diga aquél en la intimidad y sobre todo, me hago terapia mental para estar preparada por si algún día él se va con una chica de su edad.

 

¡Ay manita!...no creo que pueda soportar llevar a cabo el dichoso plan de acción, además, toma en cuenta que la  "Lic."  Ya  traía  repuesto y yo no.

 

¡Ay amiga! ... ¿Y quién era el chavo con el que te vi en Puerto Madero en semana santa muy agarraditos de la mano?...  Por supuesto, tú no me viste;  pero yo...

 

¡Está bien!... ¡Manos a la obra!

¿FIN?

Lourdes H. Siles

 

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Carta a mi padre. (Reflexión)

28.10.2013 22:37

Dedicado a todos aquellos que por los avatares del destino están lejos de su hogar.

Papi, ¡Muchas felicidades en tu día! Hoy cumples ciento tres  hermosas primaveras y para mí es un orgullo y  un gusto enorme abrazarte y darte este beso en la mejilla en señal del gran amor que te profeso y que siempre te tendré aunque pasen mil años de mi existencia.

 

Papi, aun recuerdo aquellas tardes cuando lleno de fuerza y  vigor me llevabas a mi cama desde la hamaca en  la que habíamos estado; Tú, recordando tus aventuras de juventud en las fincas de Tapachula y yo absorta escuchando todo con la atención que solo a ti te dispensaba en mi inquieta infancia, y al final fingiendo dormir para que cargada  en tus brazos me colocaras en mi cama, me persignaras y dándome un beso en la frente me dijeras: que sueñes con los angelitos Camilita.

 

¡Oh! Cuántos años han pasado desde esos tiempos felices de mi humilde niñez.

 

Guardo en el baúl de mis más bellos recuerdos esos vestidos de olanes  que  siempre me comprabas en mis cumpleaños; recuerdo que era todo un ritual la adquisición de esa prenda con encaje en la orilla de cada olán; cada año un color diferente, pero siempre en el mismo puesto del mercado Sebastián Escobar y era para mí una fecha tan esperada, y no por ser mi cumpleaños, sino porque  ese día estrenaría un vestido, un lindo vestido de olanes. 

 

Levántese Camilita, hay que ir a misa de cinco, como todos  los domingos.  Confesar  y comulgar para dar gracias a dios porque la dejó llegar a su cumpleaños y luego iremos a comprar su estreno. Ese día yo no te replicaba nada entre dientes como era mi costumbre todos los domingos, porque no me gustaba levantarme tan temprano; sabía que  al  regresar de la misa tenía que arrodillarme apenas entráramos a  nuestra humilde casita blanca de madera con puertas azules  y pedirte perdón por todos los agravios que hubiera podido hacer en la semana y tú, con la voz temblorosa siempre, por la emoción, me perdonabas y me abrazabas diciéndome: te perdono yo Camilita y Dios también; ahora levántese  y vamos a tomar el chocolate que ya sirvió su mamá.

 

Papi, qué feliz era en ese tiempo todo, nada parecía ensombrecer nuestra humilde existencia.

 

Papi, te deseo que cumplas muchos años más  sabiendo que te  amo, que sin ti no concibo la vida, que tú eres todo lo que yo más quiero y que estoy orgullosa de ser tu hija, tu Camilita, como siempre me dices, por el parecido que guardo con tu mamá y  quiero que sepas que nunca olvidaré aquellas tardes de hamaca en esa comunión  no percibida plenamente por mí en ese tiempo.

 

P. D.

 

¡Oh  Papi!  Porqué no pude decirte todo esto hace veinte años, cuando  todavía estabas entre nosotros; porqué esperé tanto tiempo.  Perdí la valiosa oportunidad de abrir mi corazón  ante ti ¡Perdóname por no haber entendido que tu vida como la mía es efímera en este mundo!

 

! Y Que tenía que decirlo antes de que ya no entonaras más la canción  que siempre nos unió! “...soy un pobre venadito que habita en la serranía...”

                                                                                            

Fin.

Lourdes H. Siles.

 

 

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Siemprevivo. (Cuento corto)

28.10.2013 22:23

Las hojas amarillas y lustrosas caían planeando lentamente una tras otra formando un mullido colchón en el suelo... Ahí va otra m'ijita, cáchala. Yo saltaba de un lado a otro queriendo atraparlas y él reía al tiempo que con la larga vara las hacía caer. No le gustaba que las hojas maduras se mezclaran con las verdes  en los almendros que había plantado cuando yo cumplí cinco años, en la orilla de la banqueta para que nos prodigaran  refrescante sombra en los meses de abril a septiembre que es cuando en mi pueblo, Tapachula,  hace un calor sofocante;  que es preciso salir de la casa a refrescarse bajo los árboles.

 

Era una diversión tan agradable que no percibí el paso del tiempo y esa tarde de marzo brincaba junto a mis hermanos tratando de ver quién de los cuatro atrapaba más y él, como siempre, reía y la delgadísima vara se hincaba en el tallo de cada hoja para hacerla caer.

 

Yo papi, ¡yo gané! Dijo alborozado mi hermano, ese chiquillo de facciones tan finas, al grado de ser confundido con una niña. A ver, a ver, vamos a ver quién es el ganador, dijo mi padre sentándose trabajosamente, en la orilla de la banqueta. Rápidamente lo ayudamos. Contó una a una las que yo había recogido. Humm, humm no llegaste siquiera a una docena; a ver Israel dame las tuyas para ver si de veras eres el ganador. No resistí la escena y corrí hacia dentro de la casa para sacar la cámara fotográfica y tomarle muchas fotografías. Estaba sumamente delgado y pálido; trastabillaba un poco al caminar. Talvés era su edad pensaba yo; Pasar por esta vida ochenta y tres años es un gran reto para cualquiera y no era fácil conseguirlo. Pero él no era cualquiera... Era mi padre.

 

Había nacido en mil novecientos diez en Comitán de Domínguez, Chiapas; su padre había fallecido al cumplir él un año de edad y la abuela se empleó como sirvienta para poder sobrevivir. Con su pequeño en la espalda sostenido con un rebozo que amarraba en su pecho, uniendo la punta que pasaba sobre su hombro izquierdo y la otra que pasaba bajo su axila derecha. Así creció. Cuando llegó el momento de que fuera a la escuela, la abuela pidió un préstamo de cinco cuartillos para comprar la pizarra y tiza que le exigían los curas para que pudiera ingresar. Sus ojitos traviesos y con ese brillo especial que me hacían sentir amada, se achicaban cada vez que el flash actuaba.

 

Tienes veintiocho hijito, vamos a contar las de Romina y sabremos quién es el ganador.

 

Aprendió a leer y escribir al cabo de tres años con los curas. Era yo muy burro, solía decir; estudiaba y estudiaba y al fin me aprendía la lección, iba a la escuela, levantaba la mano para decirla y... ¡Ya se me había olvidado! Tenía muy dura mi cabeza, decía riendo y mostrando sus pequeños y blancos dientes.

 

Recogiste quince Romi; entonces Israel es el ganador, exclamaba entusiasmado e Israel corría a abrazarlo por detrás del cuello y poco a poco lo rodeaba para quedar frente a él y cobijarse en  su regazo. Era muy sencillo en su trato y podía lograr que nos sintiéramos amados por él.

 

¡...soy un pobre venadito, que vive en la serranía...! Gustaba cantarme cuando entre  sus brazos en la hamaca me hacía dormir, para después llevarme cargada hasta mi humilde cama sin colchón, que había hecho exprofesamente para mí con tablas a las que les había raspado el cemento que tenían, después de haberlas ocupado para hacer columnas en su trabajo de albañilería. Pero era mi cama y yo era muy feliz viviendo así en la pobreza económica pero millonaria de amor. Él me lo prodigaba a manos llenas.

 

Mañana a estas horas ya estará la gran bulla, dijo refiriéndose a la fiesta de quince años de mi  prima Damaris que estaba planeada para llevarse a cabo el seis de marzo. Papi, pero si mañana es cinco, le dije, sí pero mañana a estas horas van estar haciendo la comida, corriendo de acá para allá, ahí lo van a ver, ahí lo van a ver, dijo riendo. No papi, el mero día se va a hacer todo, al fin que la fiesta es en la noche, dijo mi hermana, madre de Damaris.  Bueno, de todos modos, yo  ya me voy a bañar, para cenar limpiecito, porque siempre me cae tierra de las hojas, dijo y trató de ponerse de pie; lo ayudamos a la fuerza, porque no le gustaba que lo hiciéramos; yo puedo sólo, decía siempre.

 

Hasta mañana papi, que descanse, saludamos todos.

 

¡Camilita! ¡Camilita!, ayúdame a llevar a papá al médico!... ¡No quiere ir y se siente mal! Gritó mi madre; rápidamente me vestí y miré el reloj: once treinta de la noche.

 

Subimos al taxi, él adelante;  mamá, mi hermano y yo atrás. Al llegar al hospital papi se desmayó; lo cargamos y entramos a Urgencias en donde un grupo de médicos y enfermeras inmediatamente lo atendieron. Todo era gritos: ¡El carro rojo, el carro rojo!... ¡Papi, por favor despierte! ¡Oxígeno...oxígeno!...¡RCP, RCP!...¡papi, papi!... Por favor salgan, dijo una mujer, empujándonos suavemente a la salida.

 

¡Familiares del señor Vicente! Gritó una mujer vestida de blanco, a la que vi entre brumas. Yo soy su esposa, dijo mi madre levantándose de inmediato de la silla azul de plástico.

 

Venga a cambiarlo, dijo la mujer de blanco. ¡Dios mío, lo van a internar! dije para mis adentros con una gran pesadumbre. Mamá entró y volvió a salir de inmediato y con voz temblorosa y llorando gritó: "¡Tu papá  falleció!".

 

Sentí que el enorme edificio me caía encima... corrí hacia una gruesa columna y la golpeé con los puños muchas veces. ¡ No podía ser verdad!...¡ Nos estaban engañando!...mi papá no tenía nada,  acabábamos de realizar el ritual de las hojas; habíamos reído juntos hacía apenas cuatro horas. ¡Y ahora estaba...!

 

¡No, no, no!.. .Infarto al  miocardio.

 

 Ochenta y tres años acababan de terminar en un instante... ¡Mi papá había...!

 

"...soy un pobre venadito que vive en la serranía..."                             

 

Fin.

Lourdes H. Siles                 

 

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Anhelo y satisfacción. (Cuento corto)

28.10.2013 21:57

 

Caminaba, casi corría tomada de la mano de doña Petra. ¡Apuráte,  apuráte!  ¡Ya va llegar y tov'ía nos falta un buen trecho!. No se soltaba de la tibia mano que la hacía sentir segura en cualquier lugar en que se encontrara. Se oyó el sonido de un cohete al estallar y doña Petra apuró el paso. ¡Ya'stán llamando m'ija! ¡Ya va llegar! ¡Apuráte!. Después de un rato arribaron a la casa ejidal. Ahuacatlán, un ejido del municipio de Cacahoatán, Chiapas estaba de fiesta. Llegaría el señor presidente a entregar el dinero para la construcción de dos aulas en la escuela telesecundaria.

 

'Ora sí podré seguir estudiando, pensaba yo muy contenta. Mi mamá ya no va a tener pretexto para no mandarme a la telesecundaria porque ya van a haber más salones y habrá cupo para mí. Caminé más contenta y vi la casa ejidal adornada con papeles de colores y mucha gente vestida de domingo… aunque era lunes.  Yo palpé mi raída mochila, producto de un pantalón viejo de mi papá. No conocía al ingeniero Rocael Basilio González Bite, nuestro presidente municipal. Tenía ganas de verlo y en mis sueños lo abrazaba y besaba con agradecimiento. ¿Sería posible hacer realidad esos sueños? Llegamos y nos quedamos de pie porque ya no había bancas disponibles ahí dentro. El ruido de las conversaciones de las señoras y de vez en cuando una carcajada acompañada de palmadas de algunas de ellas daba alegría al ambiente. Los señores bien trajeados y oliéndoles el pelo a aceite de ricino, para que éste se quedara en su lugar; los sombreros de modelos diferentes les daban un aire de galanura a todos ellos.

 

El estallido de un cohete y la camioneta blanca estacionándose fueron simultáneos.

 

¡Ya llegó, ya llegó! ¡Viva el señor presidente! ¡Viva! Gritamos todos a coro, Descendieron varios hombres y entre la multitud alcancé a ver a un hombre muy alto, fornido, blanco, de cabello castaño; Grandes ojos color miel y dulce sonrisa.

 

¡Buenas tardes compañeros, buenas tardes!, Por favor siéntense; les pido disculpas por el retraso, pero venimos de otra comunidad y con mucho respeto... Yo escuchaba absorta en ese inmenso mar de ámbar que eran sus ojos; su tranquila voz me hipnotizaba y a mis diez años creía estar en el cielo. Mami, mami, ¿ya vio qué grandotas tiene sus manos? ¡Cállese que la va oír! Me regañó.

 

Aplausos y aplausos. El presidente se sentó y las mujeres olorosas se acercaron a darle unos grandes ramos de flores. Me solté de la mano que me sujetaba y saqué el costalito de café molido que llevaba en mi mochila y caminé hasta quedar frente a él. La mesa nos separaba. Extendí mis pequeñas  manos y le entregué mi regalo; las piernas me temblaban, me sudaban las manos, estaba fría y quería llorar. Él me dió la mano y me atrajo hasta quedar a su lado. Me abrazó, me dió un beso en la mejilla y al oído me susurró: "Gracias, muchas gracias nena, espero que sigas estudiando, para que cuando seas grande, seas una mujer importante para orgullo de tu familia y de tu ejido"  y me volvió a abrazar y me dió el beso de despedida. Yo estaba en las nubes, sentía que pisaba hoyos al regresar a mi lugar junto a mi mamá, porque el presidente me había hablado.

 

Quiero decirles que aquél abrazo y  aquél beso me marcaron para siempre. Ahora cuando llego a Cacahoatán en mi auto último modelo, no me siento una mujer importante; sino una persona muy feliz.

 

De vez en cuando Rocael me invita a su casa a tomar café de su parcela; acompañado de deliciosas galletas que prepara su linda esposa. Lo bebemos despacio. Mi  nieto se acomoda en su regazo mientras él me platica lo difícil que fue ser la primera autoridad del municipio.

                                                   

FIN.

Lourdes H. Siles

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Trilogía III.

27.10.2013 01:23

Si a mi  prima se le arrima,

A mi hermana no le asusta,

Aquí ya salió la rima,

¡Y eso es lo que me gusta!

 

Fin.

Lourdes H. Siles.

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Enigma. (Cuento corto)

27.10.2013 01:20

Ni siquiera lo conocí –decía llorando a mares - cuando  la amiga la consolaba abrazándola cariñosamente y susurrándole al oído que Dios sabe lo que hace, pero que le gusta jugar a los dados con nosotros. Ella con sus grandes e inflamados  ojos color miel la miró y preguntó  que por qué a ella le pasaban tantas cosas para que siguiera siendo  infeliz toda su vida. No supo qué contestar.

Todo había empezado un mes atrás. En su red social conoció a un sujeto que se hacía llamar Armando  y que a una escasa semana de platicar en la red  le había propuesto matrimonio y ella, desesperada porque no tenía novio,  había aceptado. Se iban a reunir en Tamaulipas. Sobra decir que toda la parentela le aconsejaba que no fuera, que podría ser una trampa para convertirla en burrera, mula o lo que fuera como se llame a los que se encargan de llevar drogas de un lado para otro. Su madre, más sabia, le dijo que no creía que la usarían para este fin, ni para vender sus caricias -porque ya estás vieja para eso- le gritó desesperada. No, te van a matar y luego venderán tus órganos,  menos tu hígado claro está, ¡Porque ya lo tienes podrido de  tanto trago infeliz!  Ni Dios Padre la hizo cambiar de opinión. Se iba porque se iba y listo.

Su infancia había sido muy difícil, con padres divorciados y casados en segundas,  terceras y cuartas nupcias;  así  que Angélica quería tener su propio amor. Y los había tenido.  Veinte o treinta años mayores que ella, pero al fin y al cabo eran de ella. Y… también  de sus esposas, por cierto.

Ahora había encontrado al hombre de su vida, pero no lo conocía porque,  por seguridad decía él,  Armando no tenía foto en su perfil. Pero esto no importaba, ella ya lo amaba y se iría con él a donde  quisiera llevarla.

El día antes de su partida a Tamaulipas, organizó su propia despedida de soltera, invitó a la mayoría de sus amigas, que se morían de envidia, porque Angélica se había encontrado al mejor partido: joven, bien parecido, doctorado por la  Universidad de Colombia, y con casas por todo el mundo, amén de ser súper sexi -según él.

Así que al día siguiente de la fiesta,  Lorena al verla llegar llorando temió lo peor. ¡Armando había muerto! Sí, sufrió un terrible accidente en la carretera hacia el aeropuerto y un amigo mutuo se lo comunicó en su red social. Estaba devastada. El amigo se ofreció a platicarle  lo sucedido y a entregarle una fotografía de Armando, en cuanto tuviera un poco de tiempo disponible.

Pasaron veinticinco días y Angélica revisaba todos los días su red social, porque Armando puede comunicarse, decía. Sobra mencionar que había adelgazado mucho, estaba pálida, ojerosa, tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

Un día el esposo de su hermana  fue a su casa porque Angélica le pidió ayuda para que arreglara su auto, ya que él era mecánico de autos en una empresa local.  Él nunca regresó a casa con su esposa, la hermana de Angélica.

Epílogo.

·         "Armando"  era su cuñado y le confesó todo a Angélica.

Escoge tú querido lector, el final de esta obra:

1.       Angélica asesinó a su cuñado.

2.       Se casó con él.

3.       Angélica se suicidó y su cuñado huyó.

4.       Su hermana los asesinó a los dos.

5.       Su hermana asesinó a Angelica.

6.       Ahora viven los tres juntos felices para siempre.

 

Fin.

Lourdes H. Siles.

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